La ardilla, el dogo y el zorro
Andrés Bello
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Madama Ardilla con un Dogo fiero,
      compadre antiguo suyo y compañero,
      salió al campo una tarde a solazarse.
      Entretenidos iban en gustosa
      conversación, y hubieron de alejarse
      tanto, que, encapotada y tempestuosa,
      los sorprendió la noche a gran distancia
      de su común estancia.
      Otra posada no se les presenta
      que en una alta encina añosa y corpulenta;
      el hueco tronco ofrece albergue y cama
      a nuestro Dogo : la ligera Ardilla
      se sube de tres brincos a una rama
      y lo mejor que puede se acuclilla.
      Danse las buenas noches, y dormidos
      quedaron luego. A lo que yo barrunto,
      eran las doce en punto,
      hora propicia al robo y al pillaje,
      cuando aportaba por aquel paraje
      uno de los ladrones forajidos
      de más renombre : un Zorro veterano,
      terror de todo el campo comarcano
      en leguas veinte y treinta a la redonda,
      en torno al árbol ronda,
      alza el hocico hambriento
      de palpitante carne; atisba, husmea,
      y ve a la Ardilla en su elevado asiento:
      ya su imaginación la saborea
      y la boca se lame,
      y la cola menea;
      mas ¿cómo podrá ser que a tanta altura,
      si no le nacen alas, se encarame ?
      Iba casi a decir "no está madura",
      cuando le ocurre una famosa idea.
      —Bella señora mía,
      vuesa merced perdone —le decía —
      si interrumpo su plácido reposo.
      Después de tanto afán, cuando el consuelo
      de hallarla me concede al fin el cielo
      no puedo contener el delicioso
      júbilo que de mi alma se apodera.
      ¿ No me conoce usted ? Su buena madre
      hermana fue de mi difunto padre.
      Tengo el honor de ser su primo hermano.
      ¡ Ay ! en su hora postrera
      el venerable anciano
      me encomendó que luego en busca fuera 
      de su sobrina y la mitad le diera
      de la hacenduela escasa
      que al salir de esta vida
      nos ha dejado. A mi paterna casa
      sea usted, pues, mil veces bien venida,
      y déjeme servirla en el viaje
      de escudero y de paje.
      ¿ Qué es lo que duda usted ? ¿ Qué la detiene
      que de una vez no viene
      a colmar mi ventura, en lazo estrecho
      juntando el suyo a mi amoroso pecho?
      Ella, que por -lo visto era ladina,
      a par que vivaracha y pizpireta,
      y al instante adivina
      la artificiosa treta,
      así responde al elocuente Zorro:
      —Fineza tanta, mi querido primo,
      y el liberal socorro
      del piadoso difunto,
      que en paz descanse, como debo, estimo.
      Bajar quisiera al punto;
      pero, ya veis... ¡Mi sexo!... A la entrevista
      es menester que asista,
      si lo tenéis a bien, un deudo caro,
      que de mis años tiernos fue el amparo;
      es persona discreta,
      a quien podéis tratar sin etiqueta,
      y que holgará de conoceros. Vive
      en ese cuarto bajo; 
      llamadle. Don Marrajo,
      dándose el parabién de su fortuna,
      que le depara, según él concibe,
      dos presas en vez de una,
      con la mayor frescura y desahogo
      fue, en efecto, y llamó. Pero la suerte
      se vuelve azar. Despierta airado el Dogo,
      se abalanza, le atrapa y le da muerte.
      Esta sencilla historia nos advierte
      a un tiempo, hija querida,
      tres importantes cosas:
      de un seductor las artes alevosas,
      de la maldad el triste paradero,
      y lo que vale en lances de la vida
    la acertada elección de un compañero.
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.
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