Juan Eugenio Hartzenbusch

El avaro y el jornalero


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Todo su caudal guardaba cierto avariento cuitado en onzas de oro, metidas en un puchero de barro. Por tenerlo más s…

Los tres quejosos


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—¡ Qué mal —gritó la monaque estoy sin rabo ! —¡ Qué mal estoy sin astas ! —repuso el asno— .…

El caballo de bronce


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Niños, que de siete a once, tarde y noche, alegremente, jugáis en torno a la fuente del gran caballo de bron…

Las indirectas del padre Cobos


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Célebres entre agudos y entre bobos las indirectas son del padre Cobos; mas como habrá sin duda quien aprecie …

La rebanadita de pan


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Ya sentado a su mesita Basilio para cenar, en su cuarto, sin llamar, entrósele una visita. Era una bella señ…

El comprador y el hortera


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Cuentecillo forjado por deleite parecerá sin duda la contienda que se trabó en Madrid en una tienda de vinag…

Las espigas


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La espiga rica en fruto se inclina a tierra; la que no tiene grano se empina tiesa. Es en su porte modesto el homb…

La alacena


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Caminando un relator del Consejo de Ultramar, hizo noche en un lugar en casa de un labrador. Acompañaba al viajero …

El dromedario y el camello


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El camello le dijo al dromedario : — Comparado contigo, ¡cuánto más valgo! —No cabe duda: yo tengo…

El jumento murmurador


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—Señor, es fuerza que la sangre corra  —dijo al león solícita la zorra— ; sin cesar el estúpido…